(Publicado en Gestión, 11.05.2011) Respecto al sistema privado de pensiones, estos últimos días han estado repletos de iniciativas institucionales: Gobierno y Asociación de Administradoras de Fondo de Pensiones (AFP) presentaron un proyecto de ley y un comunicado a nivel nacional, respectivamente, teniendo un declarado objetivo común: defender los fondos privados previsionales. ¿Hay riesgos en realidad cuando explícitamente los candidatos presidenciales han señalado que no se tocará un centavo de los fondos privados de pensiones ni tampoco se establecerán contribuciones obligatorias al sistema público? ¿Es bueno para el país continuar con alarmistas acciones que aumentan la incertidumbre ciudadana? Comentaré las iniciativas.
El proyecto «Ley que desarrolla las normas constitucionales que reconocen el derecho a la seguridad social a través del sistema privado de pensiones» buscaría desarrollar las normas constitucionales que sustentan el derecho a la seguridad social vía el sistema privado de pensiones garantizando el libre acceso a este sistema, la propiedad de los trabajadores sobre sus aportes y la coexistencia del sistema privado con otros sistemas pensionarios. Establece además la ilegalidad de cualquier norma que afecte parcial o totalmente el derecho a una pensión basada en los aportes, la intangibilidad de los fondos, la ilegalidad de cualquier acción que afecte la sostenibilidad financiera de este sistema, y así sucesivamente. ¿Hay alguna acción atentatoria a la intangibilidad de los recursos? ¿Acaso no existen hoy candados institucionales que impiden esto? Diría más bien que este proyecto busca blindar a las AFP, ¿de qué manera? Establece que los derechos y obligaciones derivados de las inversiones de nuestro fondo, incluidos los derechos de participar y votar en junta de accionistas y asambleas de obligacionistas, son ejercidos por las AFP a través de los representantes que ellas designen. ¿Y los afiliados seguimos pintados? Este proyecto establece también que la tasa de aporte obligatorio de los afiliados se revisará cada 5 años. O sea, por 5 años la tasa de aportación nuestra será inamovible. ¿Lindo no?
El proyecto también establece específicamente que la autoridad no puede establecer mínimos ni inversión compulsiva de los fondos en instrumentos de inversión garantizados por el Estado. Esta idea extrema de desregulación origina un riesgo: las decisiones de las AFP sobre la estructura del portafolio de inversiones podrían en algunos casos entrar en conflicto con la estabilidad macroeconómica en la forma de mayor volatilidad en el mercado cambiario y de capitales. Sí creo en la necesidad de continuar con el actual límite de exposición a riesgo soberano, pero es un exceso sujetarlo todo al libre albedrío de las AFP, máxime cuando las comisiones que cobran las AFP no están sujetas al resultado de gestión de los fondos; o sea errores en la administración de los fondos pueden generar pérdidas en la rentabilidad, pero igual nos cobran
comisión.
La otra iniciativa es un comunicado publicado por la Asociación de AFP, rotulado como «El Futuro del Sistema Privado de Pensiones, consideraciones técnicas». En él se plantea que la inviabilidad del Sistema Privado de Pensiones ocurriría si se estableciera el aporte obligatorio al sistema público y voluntario al privado, además que dada la intangibilidad de los fondos estos no pueden servir para subsidiar pensiones de otros sistemas. Muy al margen de que este tipo de esquemas previsionales existen en otros países e incluso son planteados por algunos organismos multilaterales, los candidatos han explícitamente reafirmado la necesidad de respetar la intangibilidad de los fondos de pensiones privados y la permanencia del sistema privado y público. Entonces ¿qué utilidad tendría este comunicado, si nada de lo que está señalando está siendo propuesto en la actual contienda electoral? ¿No es verdad acaso que cualquier congresista podría plantear cualquier iniciativa legislativa que modifique el régimen legal del sistema privado de pensiones? Y con un Congreso fraccionado, ¿ello acaso generaría comunicados y proyectos de ley específicos al tema? Creo que debería interesarnos a todos contribuir a que haya más estabilidad en las expectativas de los agentes económicos, nos debería interesar propender a más confianza. Al final, ojalá que el Gobierno y las AFP dejen de pelear con fantasmas.
que buen análisis y publicación Sr Burneo… aclaro mis dudas ya que no soy un experto economista con su explicación tengo aun mas la convicción que lo que yo estaba pensando es cierto… QUE EL GOBIERNO Y «COMPAÑIA»… pelean con fantasmas,….miedo a queeee??… peleen con cosas que no existen..que pena en serio que lástima…. yo votaré por Ollanta Humala
Es verdad, Pror. Burneo, hay una total mal intencionada informacion circulando por varios medios de comunciacion influyentes sobre la pension 65, y las demas politicas economicas planteadas por el Sr. Humala, sobre todas esa , la de las pensiones para inspirar temor y propiciar un clima de inestabilidad sobre las espectativas del empresariado.
Ademas, de todo lo que Ud. ha señalado, debemos tener en cuenta tambien que las AFPs estan ya protegidos por la constitucion del 93. No cabe duda que esto representa el interes de cierto grupo de poder y que va aun en contra de a quienes dicen » representar» (como lo son los pensionistas del sistema privado), y que el gobierno actual se presta para apoyar estas acciones deplorables.
Nosotros los jovenes estamos obligados a buscar la verdad y defenderla, es bueno saber que un economista reconocido como Ud. nos acerque a la realidad economica del Pais.
Lo que importa ahora, en el contexto falaz de que -ningún partido en la contienda electoral- puede desdecir lo propuesto formalmente ante el JNE, o lo posteriormente dicho en temas de planes de gobierno, que garantizaría la parálisis de cualquier gobierno futuro, gane quien gane, salvo que su plan careciera totalmente de contenido para evadir su discusión y liberar al candidato y su equipo de cualquier obligación de cumplimiento, es plantear propuestas de financiación acelerada del desarrollo integral del Perú en el contexto hemisférico americano. Llevar el tema a lo realmente importante: plantear mecanismos superiores para el combate contra la pobreza peruana que rompan los esquemas del contrincante. Es decir, plantear el desarrollo integral -económico social- en un esquema liderado por el sector privado, con financiación privada y pública, nacional e internacional, y la participación de las entidades gubernamentales y multilaterales pertinentes a los temas del desarrollo, tales como las de educación, salud, agricultura, e infraestructura de todo tipo. Es necesario enfocar la atención del electorado sobre lo positivo que se puede hacer, y dejar de esquivar las piedras que les llueven.
“Nuestra Insuficiente Capacidad de Desarrollo Endógeno De Cara a la Globalización”
El Problema Número Uno del Perú
En el Perú de hoy, las cifras oficiales de creciente bienestar de los pobres no pasan de ser papel mojado en tinta. Desmaquillando el maltratado rostro popular, en el Perú superviviente a la dupla Guzmán y García, para la cual prepararon la cama el Gobierno Revolucionario de Velasco y Morales, y Belaúnde, es posible apreciar que a partir de Fujimori, y continuando con Toledo, se ha vivido la paradójica realidad de mejorías notables en los indicadores macro-económicos, simultáneamente con el deterioro creciente de los ingresos reales per cápita de las mayorías. Esto es particularmente preocupante si esos ingresos y su decrecimiento se comparan con los ingresos per cápita, con crecimiento real, de que gozan sus contrapartes en los países con los cuales tenemos que competir comercialmente en un mundo altamente industrializado y globalizado. Es decir, la brecha de bienestar que nos separa de nuestros socios comerciales del primer mundo, como los EE.UU., está creciendo ominosamente a pesar del aparente bienestar popular –claramente simbolizado por modernos centros comerciales como el “Jockey Plaza”, “Larco Mar”, y “Chacarrilla”, los centenares de casinos, las docenas de vistosas franquicias de los EE.UU. como “Cineplanet”, “Chili’s”, y “Starbucks”, las cadenas de supermercados gigantes como “E. Wong-Metro”, “Tottus”, y “Plaza Vea”, las enormes tiendas por departamentos “Ripley” y “Saga Falabella”, y ahora por el programa de vivienda del Gobierno– que sólo disfrutan los más afortunados en nuestro medio, sobre todo en Lima.
En efecto, este colorido espectáculo no es más que un espejismo del desarrollo que deja y dejará con hambre al pueblo, aún si se implementara el reciente Acuerdo Nacional, cosa que nuestro egoísmo criollo y falta de espinazo nos impide. Más grave aún, el vistoso consumismo de élite, que frente a esta realidad es en todos sus géneros de una insensibilidad social peligrosa, parece haber llevado a ciertos políticos importantes y empresarios influyentes, premiados una y otra vez con el poder en cada administración, seguramente por sus esfuerzos y el destino, a concluir convenientemente que hemos alcanzado el sistema político, económico, y social óptimo para nuestro desarrollo integral como nación; que la apertura comercial por sí misma se encargará de resolver nuestros problemas, sea ésta al interior de la novísima “Comunidad Sudamericana de Naciones”, del ALCA 2005, o del APEC; que sólo tenemos que hacer más de lo mismo para progresar en términos reales, o en el peor de los casos seguir la “Hoja de Ruta” de terceros; que de esta forma se eliminará la pobreza peruana. Es decir, que el continuismo llenará la olla.
Falso. La brecha seguirá creciendo, y tendrá consecuencias funestas si no llegamos pronto al fondo del asunto y corregimos nuestro rumbo. Las mayorías peruanas no pueden ahorrar todavía en montos suficientes para empezar a mellar, ni su pobreza, ni mucho menos esa brecha que cada vez con mayor severidad los separa y los margina del primer mundo, al no gozar de empleo efectivo en la industria –menos aún industria de alto valor agregado– que les permita remuneraciones promedio crecientes y por encima de los niveles de inflación. Este es el resultado directo de una baja productividad desde fines de la década de los sesenta, y la consiguiente falta de ahorro interno significativo para invertir, mientras se desalentaba sistemáticamente también, década tras década, a la inversión privada extranjera, por razones que todos los peruanos maduros conocemos, y que mermaron nuestra estabilidad política y económica y, a través de ello, nuestro desarrollo social e industrial: La falta de visión y habilidad para gobernar evidenciada por siete gobiernos, la estatización de la industria y destrucción del agro, la privatización con corrupción, y el terrorismo, que han castigado sin compasión a nuestra abrumadora pobreza. El resultado ha sido un nivel de capitalización per cápita paupérrimo, inferior al 0.5 % del correspondiente a nuestro mentado socio comercial, que determina nuestra insuficiente capacidad de desarrollo endógeno de cara a la globalización, y que sin reparo, nos condenaría eventualmente a vivir de las industrias de servicios de poca monta.
No podemos entonces empezar a cubrir, sólo con nuestros ahorros, los enormes requerimientos de capital de riesgo que tenemos que invertir en el Perú para resolver nuestro atraso, es decir, el problema número uno del Perú: El de la lentitud e insuficiencia de la generación de empleo creador de riqueza. Es de suma importancia entonces aumentar la captación, inversión, y retención ordenada, pero ágil, de capitales de riesgo privados y de tecnologías provenientes de los países más desarrollados del orbe, si se ha de reducir sustancialmente, y en el más corto plazo posible, el gran desempleo y enorme subempleo que nos aquejan, a la vez subyacentes y consecuentes al problema mismo del ahorro y la inversión, que limitan nuestro desarrollo nacional, y que frente a una creciente población, visiblemente reducen cada vez más la tasa per cápita de nuestro producto bruto real, el indicador más burdo pero incuestionable del bienestar social.
Es más, el proceso neoliberal de desarrollo que nos ha embargado desde el principio de los años noventa, se ha tornado cada vez más cuestionado, por ricos y pobres, por su aparente ineficacia en aliviar los apuros de los desposeídos. Inocentemente conceptuado, quizá, supone en esencia que a través de la simple apertura comercial señalada, y la consecuente globalización, en el marco de la OMC, con el sólo apoyo del Banco Mundial, el FMI, y BID, y otras instituciones multilaterales, surgirá en plazos razonables, el bienestar común. Esto también es falso. Estas instituciones, primordialmente financieras, aunque sientan marcadamente las macro reglas del juego monetario y financiero, como las aplicadas a nuestro país según lo propuso Vargas Llosa, prestan auxilio poco más que simbólico, que generalmente endeuda, supeditado a recursos tributarios y presupuestos gubernamentales de los mismos países del primer mundo cuyos ahorros requerimos, cuando son esos recursos, en forma de ahorros adicionales, en cambio, los que deben fluir por conveniencia comercial mutua, y libre, entre países. El Servicio de Financiación Internacional, SFI, de envergadura global, recientemente propuesto por el Reino Unido, apoyado por el Vaticano, e impulsado por la ONU para lograr sus Objetivos del Milenio de Lucha Contra la Pobreza Extrema, tampoco cambiará mayormente el panorama de los pobres, por tratarse solamente de un plan de apoyo intergubernamental, tributo-dependiente, generador de préstamos y deudas, y que no involucra directamente a los sectores privados de los países ricos y pobres, en un mundo donde campea la corrupción en ambos extremos. Es más, si se tratara de generosas donaciones, aún si estuvieran condicionadas a obligaciones de inversión específicas sujetas a planes de seguimiento, crearía y alimentaría una voraz dependencia debilitante, la malversación de fondos, el robo directo, y el desorden social, dejando sin resolver el problema de fondo.
La solución
Más allá del establecimiento de la legalidad y la justicia insobornables, de la institucionalidad amplia e irreversible, de la independencia absoluta de poderes, de la reforma franca y efectiva del estado, y del respeto palpable por la voluntad política de nuestro pueblo, y del medio ambiente, que en otras latitudes se dan por sentado, está clarísimo que necesitamos establecer con urgencia un sistema privado, permanente, y de largo alcance, no sólo capaz de identificar los mejores proyectos de desarrollo industrial que apelen a nuestras ventajas relativas como país, para la generación masiva de empleo creador de riqueza, sino también capaz de empaquetar dichos proyectos para su financiación internacional y nacional. Un sistema creado para la captación en cantidad necesaria de los ahorros de los países del primer mundo para su inversión en el Perú, aumentando nuestra competitividad y asegurando nuestro bienestar y progreso, en vista de los grandes cambios que hemos sufrido y que se anticipan en el hemisferio americano, como resultado de la carrera vertiginosa hacia su integración comercial y económica en el ALCA 2005.
Como parece ser evidente, a futuro, estos cambios serían trascendentalmente positivos para América Latina y el Caribe. Pero es importante recalcar que no han venido ni vendrán desprovistos de ajustes penosos para nuestros pueblos, pudiendo marginar todavía por entero, quizá, a algunos. Cabría entonces aliviar la penuria de los disloques adicionales que los referidos ajustes conllevarán en los próximos años, incluyéndose también a nuestros demás países en tal sistema, cuya dirección y control, en todo momento, y en todos sus aspectos y niveles, así como los capitales de inversión que captaría, tendrían sus orígenes y aplicaciones dentro de los sectores privados de los países participantes, y que obraría a través de entidades financieras y de consulta privadas, con el apoyo especializado de organismos públicos nacionales y multilaterales, hoy en día fundamental, para fomentar activamente la presencia y capitalización patrimonial de la empresa privada, y elevar la capacidad de producción y consumo de nuestros pueblos, sin aumentar su endeudamiento.
Para estos efectos, dichas entidades captarían concertadamente a través del sistema, en los países del OCDE y los nuestros, grandes capitales de riesgo privados para su inversión en los grandes proyectos de desarrollo industrial de mejor retorno y riesgo, que ofrezcan las ventajas relativas señaladas, llevados conjuntamente por las empresas privadas multinacionales más calificadas y sus contrapartes de América Latina y el Caribe, y de otras empresas interesadas en nuestra región, prolongando, indefinidamente, sobre bases reales, el impulso económico del programa regional de privatizaciones que se dejó sentir en años recientes.
De otro lado, es cada vez más importante y evidente la participación que la clase financiera de productos y servicios tiene, en combinación con otras tecnologías, como el software, las telecomunicaciones, y el Internet, en la continua mejoría del caudal, prontitud, y legitimidad, del flujo transnacional de capitales, y de la efectividad y estabilidad de la aplicación de los ahorros que éstos representan. Es más, se ha tornado muy claro –para todo el espectro político– que este flujo mejorado de capitales transnacionales está posibilitando y coadyuvando el mutuo desarrollo de los países, a través de la inversión parcial de los ahorros de los más desarrollados en los menos, y necesariamente pero en menor medida, a la inversa, de acuerdo a las ventajas relativas de cada cual, para la creación general de empleo efectivo, y el incremento consiguiente de la producción y del intercambio comercial equilibrado entre ambos grupos.
Por tanto ese sistema contaría necesariamente con apoyo y participación multilateral ampliada y reconfigurada, convocando la actuación central de instituciones financieras privadas de primer nivel, de la banca de inversión, de valores, banca comercial, y de seguros, así como de las de apoyo legal, contable, consultoría administrativa, y otras, de los EE.UU., superpotencia única y socio natural de los países americanos, y de sus contrapartes de América Latina y el Caribe, conllevando la entrega y aplicación mancomunada de los servicios y tecnologías requeridas por sus fines, incluyendo a nuevos instrumentos financieros y de seguros, y productos afines, especialmente estructurados, con la debida protección y respeto a la propiedad intelectual, de acorde con nuestros tiempos, cuya importancia ya no se puede exagerar. Para que esta “Sociedad para el Desarrollo con los Estados Unidos de América” sea capaz de captar la atención, el respeto, y el interés de los grandes y pequeños inversionistas, individuales e institucionales, privados y públicos, a nivel mundial, requisito fundamental para su éxito, necesariamente deberá establecer su central en ese país, bajo el enorme paraguas de sus consagradas leyes corporativas, de valores, y de seguros, y tener la presencia en consorcio señalada en cada una de las capitales de nuestra región, de acuerdo con nuestras leyes, participando activamente en nuestras bolsas de valores y en las de los países del OCDE.
La generación masiva de empleo creador de riqueza –y desarrollo nacional sostenido– que tanta falta nos hace en el Perú y en muchos otros pueblos de América Latina y el Caribe, y que tal sistema promete en la grave crisis que nos afecta, contribuiría a que aún alcancemos a vivir lo mejor de la visión geo-política-económica Bolivariana, que ha inspirado a nuestros más libres pensadores sociales y políticos, desde las guerras de independencia y la fundación de las Repúblicas Iberoamericanas, hasta que irrumpió el pensamiento hemisférico-integracionista de Haya de la Torre, doctrina cada día más vigente. La integración comercial acelerada del hemisferio americano por el ALCA 2005, de cara a la globalización, desatará disloques económicos y sociales apremiantes, aun más graves que los sufridos por México en el NAFTA; no habrá solución oportuna y conveniente para nuestra atávica pobreza –que cierre permanentemente la puerta a la violencia y garantice la consecución de la justicia social con pan y libertad– sin un plan de desarrollo que incorpore a tal sistema. Sería ventajoso entonces implantar dicho sistema en nuestra patria, y en nuestra región, por iniciativa y voluntad política propia, y dejar de ser meros espectadores del triunfo ajeno en el más corto plazo posible. En su primer año de funcionamiento, dicho sistema identificaría, formularía, priorizaría, y financiaría –sin crear deuda pública ni privada para nuestros países– proyectos de desarrollo nacional y regional del orden de los US$100,000,000,000.
© 2004 Enrique A. Woll B.
Lima, 7 de abril de 2011
Han trascurrido casi siete años desde que redacté este artículo para CENTRUM Católica como ensayo para mi admisión al programa doctoral en administración estratégica de empresas, y han habido seguramente mejorías reales en el nivel de ingresos per cápita y bienestar de los pobres extremos en nuestra patria, que son los peruanos que realmente nos deben preocupar en el contexto de las elecciones nacionales de este mes, de cara a la globalización. Pero cabe señalar que estas humildes personas siguen empobreciéndose no solo frente a los peruanos más afluentes, sino que frente a sus contrapartes en los países del OCDE, incluso en nuestro propio hemisferio, el hemisferio americano, nuestra patria grande. Cabe señalar también que la pobreza no se puede definir en base a un ingreso máximo de USD 2.00 per cápita por día, y la pobreza extrema no se puede definir en base a un ingreso máximo de USD 1.00 per cápita por día, sin que esto constituya una grotesca burla de la realidad. No importan en esto las comparaciones que hacen los economistas neoliberales entre la naturaleza y costo de las canastas económicas de los diversos países pobres y ricos, cuando se toma en cuenta que nadie puede tener ingresos que superan solamente la centésima parte de los ingresos de los que más tienen y considerar que ya no es pobre extremo sino solamente pobre, y nadie puede tener ingresos que superen las dos centésimas partes de los ingresos de los que más tienen y considerar que ya no es pobre. Por lo demás, los problemas estructurales de nuestra vida nacional señalados entonces siguen esencialmente sin solución.
Enrique Woll Battistini
Han pasado más de catorce años desde esta propuesta, más de diecinueve años desde su lanzamiento conceptual en reunión con el entonces presidente de la Bolsa de Valores de Lima, y casi veinticinco años desde su concepción esencial en el contexto de mi experiencia en el entonces Dean Witter Reynolds y el Principal Financial Group, en los EE.UU, y a pesar de las múltiples y graves crisis económicas y sociales que ha sufrido el mundo, antes demasiado plano y aldeano, y ahora demasiado global y metropolizado, tales como la crisis asiática, la de la burbuja .com, la del ataque a las torres gemelas, seguido de la invasión de Afganistán, la segunda y terrible guerra en Irak, y la crisis sub prime, no hay propuestas conocidas que sean en verdad significativas para articular a las instituciones privadas, gubernamentales, y multilaterales, vinculadas con el proceso internacional de inversión directa extranjera norte.sur y sus correlatos nacionales, para el financiamiento acelerado pero ordenado de los proyectos de inversión para el desarrollo de los pueblos atrasados y en desarrollo en el hemisferio sur, en un círculo virtuoso, y de esa manera reducir la inaceptable y peligrosa brecha de bienestar creciente, perniciosa, y peligrosa, entre los pueblos pertenecientes a la OCDE y los restantes. Esta es una.
La Elaboración de Propuestas para El Mundo de Hoy
Como dijo en efecto Juan Pablo II El Grande, parafraseando de alguna manera a Napoleón, que nos advirtiera desde un siglo radicalmente distinto que los ejércitos marchan sobre sus estómagos, en el mundo de hoy, no obstante lo complejo que es, la batalla para la salvación se librará en el frente económico. En verdad es crucial atender esta observación, reconociendo que si todos los hombres hubieran sido ricos, es decir capaces de satisfacer sus necesidades básicas y más, desde siempre y por igual, no hubieran surgido, seguramente, desde la Revolución Industrial -que privilegió mayormente a esos pocos- ideologías que contradicen la naturaleza humana, como las comunistas, ni siquiera disfrazadas de socialismo, y probablemente tampoco las terroristas, como se quieren entender hoy; es decir, diferenciando éstas, absurdamente, de las ideologías que impulsaron las guerras religiosas hasta los albores de la Edad Moderna, las de conquista hasta la Segunda Guerra Mundial, y las libradas ahora por doquier “en defensa de los intereses nacionales” de los países más ricos. Meras excusas, estas últimas, en general, y sobre todo las de la superpotencia, para arrebatar importantes recursos naturales a los países más pobres y débiles, y consolidar hegemonías regionales y mundiales. Lo que no se logra por el comercio justo, en la paz, en la práctica se puede lograr por TLC abusivos o por la fuerza bruta.
Pero la cosa va por niveles más profundos todavía, puesto que las religiones –opio del pueblo para los fallidos comunistas- que ni por asomo están por desaparecer, ahora tienen todas, se entiende, propósitos de una vida material, y por tanto social, mejorada, no sólo el de fomentar la vida espiritual; menos aún tienen el objetivo único de la salvación trascendental del ser humano. Lo segundo simplemente no sería posible sin lo primero, aunque éste necesite también de aquello para poder realizarse por entero. Quizá por esta realidad el Cardenal Poupard, Presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, pide elaborar desde la razón y la fe propuestas para el mundo de hoy, en todos los frentes entrelazados que este nos presenta, que respondan a las interrogantes de la cultura contemporánea. Esto requeriría, según indica él, evangelizar la vida política, económica y artística de las naciones, así como la investigación científica y el progreso tecnológico, y fortalecer la pastoral universitaria para “cultivar desde la fe cristiana una sana y critica racionalidad”, que suscite líderes dispuestos a ello, lo cual conllevaría privilegiar “el fortalecimiento de una iniciación cristiana de los ya bautizados, especialmente entre los jóvenes”.
Por lo tanto, es necesario relevar el hecho de que el mundo Católico es una pequeña minoría, lo que implica claramente la necesidad de un esfuerzo ecuménico Cristiano, y una convergencia Musulmana y Budista con los principios fundamentales anunciados por Cristo Jesús -tarea monumental heredada por Benedicto XVI- empezando quizá, por el concepto de la Caridad bien entendida. Es errado pensar que hay algo inherentemente malo en la acumulación personal de riqueza, aún como fruto del trabajo esforzado y honrado, como lo quisieron hacer creer a millones los soviéticos, y sus discípulos cubanos; todo lo contrario, ya que esto posibilita la creación de excedentes económicos fundamentales para a la caridad amplia y profunda. Es más, según el Antiguo Testamento, estamos obligados a vivir del sudor de nuestra frente, y no precisamente a fuerza de lentejas únicamente, por lo cual los caritativos merecerían recompensas materiales también. La caridad Cristiana, o de cualquier otra persuasión, no sólo es buena entonces, sino que constituye el indispensable bálsamo social que sana y previene las heridas, sobre todo las que nacen de la envidia pura, la carencia grave, y la violencia impenitente que en ellas se inspira muchas veces.
Pero es absurdo, por lo insuficiente que resultaría, y la dependencia malsana que crearía, y los incumplimientos gubernamentales esperables, particularmente en los peores momentos, pensar que la redistribución internacional de excedentes económicos planteada en el Servicio de Financiación Internacional (SFI), a través de la tributación por los ricos, y de los préstamos -o regalos aún- a los gobiernos de los pobres, corruptos o no, mellará palpablemente y a corto plazo la pobreza extrema del mundo subdesarrollado. Esto no resiste el menor análisis. Es evidente que ningún sistema Público-Público resultaría viable para ello por más que se inspire en la caridad, si ésta cae dentro del concepto tradicional. Sin embargo, el innovador SFI propuesto a la ONU por Gordon Brown, Ministro de Finanzas del Reino Unido, modificado para aplicar sus recursos al auxilio de las víctimas de desastres naturales en el tercer mundo, como el tsunami asiático del 26 de diciembre pasado, el VIH africano hasta ahora incontenible, y el hambre producto de las fallas de cosechas, por cambios climáticos y las plagas resultantes, todos quizá, por recalentamiento del planeta, cumpliría un importante rol llenando un enorme vacío en el sistema de prevención y seguridad mundial. La recientemente acordada condonación de la deuda de los países más pobres por el G8 es un buen comienzo, aunque tampoco resultaría suficiente frente a las enormes necesidades de los pobres, así fuera institucionalizada ad infinitum.
Quizá por ello Hilary Benn, Ministro de Desarrollo Internacional del Reino Unido, está activamente promoviendo, en estos días, la participación del sector privado para el rescate del continente africano. La clave, dice él, es la inversión privada directa y masiva, y tiene razón. Pero es claro que para lograr la erradicación de la extrema pobreza de aquí al 2025, cortándola a la mitad llegando al 2015, según los objetivos del milenio de la ONU, y combatir de forma efectiva la tristeza de los más necesitados, es necesario fundamentar la estrategia del caso, es decir la redefinición de la caridad, como la creación inmediata de un sistema internacional para la redistribución de los excedentes económicos, mayormente de los países del OCDE a los países menos desarrollados, tomando como referente y medida de progreso, o fracaso, por su clara relevancia y fácil medición, a las tasas de crecimiento de la capitalización, y las tasas de natalidad, de los últimos. Basta con contemplar esos parámetros para concluir que sería necesario lograr en los países menos desarrollados, en el lapso de cinco años, que el primero alcance al segundo y luego lo supere; algo sumamente improbable.
Para lograr dicho resultado, cuando fuere, es necesaria la derivación voluntaria de una fracción óptima de los ahorros privados de los países del OCDE, hacia los países menos desarrollados, en busca de inversiones con tasas de retorno superiores a las alternativas disponibles en los primeros, para cada nivel de riesgo, que reflejen libremente las ventajas relativas de los segundos. Además es necesario para lo mismo, el control de la natalidad voluntario por las poblaciones de los países menos desarrollados, utilizando primordialmente el autocontrol o método del ritmo, y respetando, en toda forma, el valor de la vida humana, que comienza, sin lugar a dudas, en el momento mismo de la concepción. Lo que vale en las relaciones interpersonales vale también en las internacionales; sin respeto por la dignidad y demás derechos de los más débiles, los más fuertes tampoco los tienen, ni los pueden ejercer con legitimidad; lección, ésta, que los ricos y poderosos aún no entienden.
A la luz del referido desastre ecológico, económico, y humano en el Asia, al margen de la forma que pueda tomar el SFI, queda entonces más en evidencia la necesidad de establecer sistemas Privado-Público Hemisféricos, Norte-Sur, para promover el desarrollo integral sostenible requerido por los países menos desarrollados, para que logren éstos enfrentar con éxito los retos de supervivencia del siglo XXI, incluidos los anunciados desastres naturales por recalentamiento del planeta, que sabemos es atribuible, en parte, a las actividades industriales desmedidas de los países del OCDE. Estos sistemas deberán ser en sí sostenibles, para lo cual deberán ser dirigidos por el Sector Privado, y motivados por fines de lucro, convocando la participación de las más destacadas instituciones privadas vinculadas a la financiación internacional de grandes proyectos de inversión, y la de sus entes reguladores, y complementarios, multilaterales y gubernamentales. Para lograr sus fines, tendrían además que tener presencia en todas las bolsas de los países del OCDE, y de los países que beneficiarían. Por ello estarían conformados por las entidades financieras y de apoyo más destacadas de los EE.UU., de la Unión Europea, y de Asia, vinculadas al rubro señalado, y sus contrapartes en los países menos desarrollados del Hemisferio Sur, estableciendo Consorcios para el Desarrollo en las capitales de éstos, a los cuales pertenecerían también, en rol de apoyo, los entes reguladores y complementarios señalados, en cada país.
En el caso del Hemisferio Americano, por ejemplo, el liderazgo de tales organizaciones, centradas en los EE.UU., por la solidez de sus Leyes de Valores y Corporativas, sería ejercido por alguna gran empresa Broker-Dealer y de Banca de Inversión de ese país, desde la central en Miami, y en los Consorcios, por el mismo, y sus contrapartes de Latino América y el Caribe. Así como los países latinoamericanos y caribeños están abocados a la negociación de tratados de comercio entre ellos y con los EE.UU., que se espera conlleven a corto plazo en un gran acuerdo de «libre comercio» hemisférico en las Américas, ¿No sería lógico que esta inmensa región, que va desde Alaska hasta Tierra del Fuego, estuviera también elaborando, paralelamente, una organización o sistema Privado-Público dirigido a la identificación de oportunidades de inversión industrial, la formulación y priorización de los proyectos respectivos, y su financiación por capital de riesgo privado, como la forma primordial de nivelar «la cancha de juego» -actualmente terriblemente inclinada a favor de los EE.UU. y los países del OCDE-, y poder de esta manera inocular a las empobrecidas poblaciones de la región -casi exclusivamente residentes de países latinoamericanos y caribeños- contra el sufrimiento y disloque social que la desigual contienda comercial internacional que estamos a punto de inaugurar les causará? Creo que para las grandes mayorías la respuesta sería un “sí” contundente.
En el caso del Hemisferio Unión Europea-Africa, el liderazgo requerido sería ejercido desde Bruselas, con toda certeza, y en el del Hemisferio Asia-Oceanía, casi seguramente, desde Tokio. De esta manera, en cada caso, aunque de pronto aparezca algo forzada, las cercanías geográficas, históricas, y hasta culturales, amén de políticas, a resultas de las influencias, confluencias, y fusiones étnicas de sus pueblos, producto de las migraciones de centurias, o más, que aventajaron el comercio Norte-Sur respectivo, desde que éste se viera impulsado por la aparición de las naves transoceánicas, se verían aprovechadas al máximo en la lucha global contra la pobreza, y el enriquecimiento y bienestar general. De eso se trata.
Ojalá, entonces, que la aparente cooperación respecto al asunto de la reducción de la pobreza extrema, entre la Santa Sede y la ONU, que logró el apoyo de la primera a los objetivos del milenio de la segunda, continúe en el nuevo Papado. Pero ojalá, también, que las ideas que sustentaron el SFI en su formulación original sean dejadas de lado, de una vez por todas, por ser erradas según lo señalado, y por constituir además una suerte de continuación del irreal razonamiento económico difundido por el Concilio Vaticano II, el cual, históricamente, aunque bien intencionado, dio origen a la “Teología de la Liberación,” cuyo amargo fruto no fue sino la violencia en pos de la justicia social en América Latina y el Caribe. Es decir, sangre y más pobreza. En paralelo con las estrategias propuestas, y las trampas a ser evitadas, es necesario rezar para que Dios todopoderoso se apiade aún más de nosotros los pobres del mundo. Parafraseando, nuevamente, y para terminar, lo que nos dijo Juan Pablo II El Grande: “No hay mal que nos conduzca al bien.” ¡Escuchémoslo! La pobreza extrema es un mal extremo y peligroso; unamos nuestras fuerzas, y nuestros corazones, para acabar con ella.
© Enrique A. Woll B. 2005