En tanto en nuestro país se empieza a notar la mejora en las expectativas de los agentes económicos y en la dinámica de la inversión pública y privada, se justifica que se incremente la previsión del crecimiento para el 2018 a 4%. El punto es que no preocuparnos por el PBI de largo plazo, fácilmente nos encasillará en tasas de alrededor de no más del 4% anual, con lo cual, difícilmente, se podrán lograr avances en algunos cuellos de botella estructurales de nuestra economía. Revisemos el tema en cuestión.
Mejores números macro. Según JP Morgan, en los dos últimos trimestres la economía peruana crecería entre 5% y 6%, resultado no solo de alguna recuperación de la inversión minera producto de un moderado aumento de cotizaciones, sino también del mayor dinamismo de la inversión pública futura.
Sin embargo, estas cifras de recuperación consideran un amplificado incremento estadístico al ser la base de comparación reducida, producto del sobre-ajuste fiscal ocurrido en el último cuatrimestre del 2016. Cabría señalar entonces que esta recuperación del crecimiento en el corto plazo está determinada
por una mayor demanda interna, así como aumento de las exportaciones, pero dichos incrementos no necesariamente son sostenibles en el tiempo: En el primer caso por el tope de déficit fiscal -que no podrá ser mayor al 3% este año y 3.5% en 2018-, de allí este deberá seguir trayectoria descendente desde 2019. Considerando que con una disminuida presión tributaria de 13.4% en 2018 y sin vistas de iniciativas tributarias nuevas, que aumenten la recaudación estructural y no temporalmente, está claro que para cumplir con este tope, la variable de ajuste será el gasto público, por lo cual eventualmente sería objeto de revisiones a la baja, no solo del gasto, sino también del PBI de corto plazo resultante.
La descripción macro anterior introduce solo el concepto de mayor crecimiento como objetivo de política, cuando en verdad la apuesta debería ser en términos de desarrollo económico. Una economía se desarrolla cuando, además de crecer el PBI, la distribución del ingreso es menos desigual (coeficiente de Gini descendente), mejoran las capacidades de personas (a lo Amartya Sen) y, finalmente, preserva equilibrios ecológicos. La agenda del desarrollo, por tanto, es más amplia y compleja que la del simple crecimiento económico.
A partir de lo anterior, si la apuesta es por el desarrollo económico los temas de agenda gubernamental son varios. Uno es el importante grado de informalidad laboral: 7 de cada 10 peruanos son sub-empleados e informales.
De no mejorar respectivamente el rendimiento individual de estos trabajadores, que están en sectores de baja productividad (ejemplo agricultura, comercio, servicios), las posibilidades de crecimiento estructuralmente hablando, con menos inequidad en países emergentes como el nuestro, resultan casi inexistentes. Otro tema vinculado a los factores adicionales al crecimiento para que como país nos encaminemos al desarrollo, es la paulatina labor de empoderamiento y predictibilidad de las instituciones. Cómo entender, por ejemplo, que en nuestro sistema judicial, similares hechos de controversia laboral tengan fallos diametralmente distintos, con lo cual la predictibilidad judicial es marginal.
En conclusión, si bien hay evidencia de la reciente ocurrencia de factores favorables asociados al crecimiento económico, no podemos decir lo mismo en lo que respecta a los asociados al desarrollo económico. Al final, es esto último y no el solo aumento del PBI, debiera ser el real objetivo a perseguir.