¿Nueva oportunidad perdida?

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Una economía pequeña y crecientemente abierta, como la nuestra, cuenta con vasos comunicantes más amplios con la economía internacional, implicando que cambios en variables externas afecten en menos tiempo y en magnitud similar sobre el contexto local. Pero a veces debido a la propia coyuntura interna, son marginales estos efectos esperados. Miremos lo que puede ocurrir con un proyectado abaratamiento del crédito externo, resultante indirectamente del efecto sobre la economía internacional del brote del coronavirus en China.

Con datos del FMI para el 2019, siendo China la economía más grande del planeta con US$ 27.3 billones medida a paridad de poder adquisitivo (PPA)– son obvios los impactos de esta sobre la economía de EE.UU., la segunda en el mundo con US$ 21.4 billones. Las vinculaciones entre estos colosos van desde las comerciales, teniendo a China como importante mercado para sus exportaciones, a la vez de ser receptores de turistas chinos y también partícipes de una suspendida guerra comercial; pasando por el lado de las finanzas, cuyo factor –quizás el más visible– es la actual posición neta acreedora en activos norteamericanos. Adiciona al poder económico chino otros factores como el demandar el 50% de metales en el mercado mundial o ser un proveedor de escala mundial de partes y piezas a distintas industrias distribuidas en el mundo.

¿Cómo el coronavirus impacta directamente a la economía China? En el corto plazo, el consumo interno se retraería, dada la inamovilidad de parte de la población (cuarentena). A ello se suma el cierre de fábricas, afectándose adversamente la industria, con un multiplicado efecto externo, visto en la forma de caída de la cadena de suministros de piezas y partes provenientes de China, interrumpiéndose la continuidad de la producción en varias plantas de distintas manufacturas en el exterior. A la vez, esta situación tiene como contraparte el que algunas de estas fábricas, que antes producían autopartes y componentes para la industria automotriz y equipos de telefonía celular, respectivamente, ahora están dedicadas a la producción de mascarillas faciales de protección, ello sumado a varios puertos cerrados. La economía china previsiblemente crecería por debajo del 6%, siendo una de las tasas más bajas en 30 años.

Buscando reversar el enfriamiento económico, los mercados se adelantarían a que la FED no haría una sino hasta dos reducciones de la tasa de interés de referencia para evitar una desaceleración mayor, lo que implicaría un menor costo del crédito en dólares, buscando moderar una caída del consumo si el virus se extiende y reduce el consumo global, aumentando la probabilidad de una desaceleración mayor. Es evidente que al contar los bancos con líneas de crédito más baratas uno podría suponer más demanda por créditos que dinamizarían la inversión y el consumo. Pero esto no tiene por qué ser así, y aquí entran a tallar las expectativas: para este año se proyecta crecer 4%, aunque sin plantear desagregadamente nada sustantivo que justifique el nuevo optimismo.

En este contexto de desaceleración a pesar del crédito abaratado, los inversores para qué se endeudarían, porque además de la volatilidad cambiaria, no hay claridad respecto a mercados expandidos, y en el caso de consumidores para qué endeudarse cuando observan que se dejan de renovar contratos en las firmas, en medio de un creciente exceso de oferta en el mercado laboral. Está en nuestras autoridades revertir las actuales expectativas pesimistas, recordando que el abaratamiento del crédito es condición necesaria, mas no suficiente, para propulsar el consumo y la inversión. ¿O, como otras veces, dejaremos pasar la oportunidad? ¿Nueva oportunidad perdida?

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