Un lugar común, es que la sola recordación del 2020 trae reminiscencias negativas: pandemia covid19, recesión económica sin parangón en la última centuria, pérdidas de empleo masivas, insuficiencia oferta servicios de salud, inestabilidad política, hasta el descenso de Alianza (para algunos), ¿pero todo fue malo? Veamos esto.
En principio hay un particular contexto en el que se dan los hechos reportados en el párrafo anterior en el periodo 2019-2020: Ratio deuda pública /PBI pasa de 26.8 a 35.1%, restringido espacio fiscal para ayudas, déficit fiscal pasa de -1.6 a -8.6%, lenta reactivación de actividad económica, empleo 6.2% por debajo del 2019, trabajadores con baja calificación promedio con menores posibilidades de desarrollar trabajo remoto. Por otro lado, la lenta salida de la recesión y la necesidad de retornar a una senda fiscal sostenible, plantea preguntas como ¿Se subirán impuestos y/o se recortarán las ayudas que apoyan más a las clases medias y bajas? Internacionalmente el entorno no pinta bien. La incertidumbre sobre la dirección de la globalización se hace evidente: efectivizarían del Brexit , imposición de medidas proteccionistas en países buscando que sus empresas se reactiven más rápido, restricciones mayores a la migración. Este incierto derrotero de la globalización, podría afectar el crecimiento a futuro.
Pero también, los problemas nuevos derivados de la pandemia, originó la necesidad de desarrollar soluciones frente a problemas nuevos, desde trabajo y compras remotas, nuevos protocolos en uso transporte público y relacionamiento entre personas, servicios expandidos como educación y salubridad en línea. A estas innovaciones se suma la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, mejoras en la calidad del aire y recuperación de los espacios naturales. Por otro lado, las cuarentenas han inducido a una mejor disposición por parte de varios países: China, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos (tras la salida de Trump), para proponer planes de emisiones cero en un futuro próximo. Próximamente, la Secretaria del Tesoro de EE.UU. retomaría la discusión sobre impuestos a la generación de dióxido de carbono, haciendo más plausible que los objetivos del Acuerdo de París se cumplan. Resultaría así, que la pandemia indujo a la búsqueda de soluciones que están asociadas a una nueva normalidad más sana y sostenible, e impulsándonos hacia un futuro más sano y sostenible para todos.
La ocurrencia de estas positivas soluciones y buenas prácticas señaladas, con implicancias económicas futuras locales y externas. Un detalle importante es que el acceso efectivo a esta “nueva normalidad” en mucho se condiciona a la efectiva capacidad de acceso a esta nueva generación de bienes y servicios, por tal razón, no sólo es importante retomar el crecimiento económico, sino también, lograr una menos regresiva distribución del ingreso.
Quizás lo más visible en todo este conjunto de cambios se refiere a lo referido a la vida económica personal: Nuestros modos de trabajar, comprar y de relacionarnos con los demás. Cuando todo el mundo esté vacunado ¿Volveremos a trabajar presencialmente o se optará por ahorrar el coste en oficinas y el desplazamiento diario a estas? ¿Se reconciliará así la vida personal y laboral? ¿Cómo serán las nuevas formas de gestionar el trabajo remoto? ¿Seguiremos haciendo viajes de trabajo o aceptaremos Zoom como un sustituto barato y eficaz? ¿Volveremos a las tiendas y los restaurantes como antes u optaremos por la comodidad del ecommerce y el delivery? ¿El turismo se volverá más local o viajaremos como si el mundo se acabara mañana?
La respuesta a estas preguntas plasmadas en nuevos hábitos permanentes nos daría una oportunidad, -quizás única-, para generarse relaciones laborales más humanas y de pasada para crear una economía más inductora a la innovación a nivel microeconómico. Al final, no todo fue malo.